¿Quién hay ahí?. Es la pregunta inquietante. Le hace salir a la calle en pijama. La casa-habitación está en alto ¿un palomar?. Baja por unas escaleras de hierro, estrecha y herrumbrosa que a mitad de camino está dada la vuelta. Los peldaños vienen desde el otro lado. Cuesta mucho cambiarse al otro lado, teme por su vida. No le hace ninguna gracias caer al vacío donde me le esperan una riada de coches que corren sin reparar en ambos sentidos. Ya pisando firme, con la garganta seca, angustiado por el descenso pone rumbo al bar que hay no más de doscientos metros, a tiro de piedra. Los coches pasan y pasan, pero no le ven o son blandos, imágenes lúmicas. ¿Quién hay ahí? Tras los cristales ligeramente empañados un ennegrecido visillo pegado impide que vea con nitidez el interior. Las caras que voy descubriendo me sorprenden, dejaron de existir hace algún tiempo, compañeros, familiares, algún amigo y sobre todo desconocidos, hay muchos desconocidos, por lo que no se sabe si son invención o qué. Juan G. está meditando apoyado en el quitamiedos del puente alto.
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