Mi amigo Juan G. buscaba en su memoria un término que durante mucho tiempo manejó, pero que ahora se le escapaba.
El término era sencillo, dos palabras, pero no había forma. Llegaba hasta saber que se utilizaba jurídicamente, ni por esas. Las palabras se escurren como las anguilas. Son difíciles de pescar, difíciles de morir y no se sabe bien si son culebra o pez o pez culebra. Viajan pegadas al fondo, agua dulce o salada, pero incansables cumplidoras de su círculo vital.
Sólo una de ellas te dejaba helado a pesar de que esa bonita la condenada. Dicha despacio y sola hasta sonaba bien a g r a v i o, pero mata. Agravio comparativo. Pongamos por caso que al mirarte en el espejo tu yo reflejado sea magnífico, y tú sin embargo picado de viruela. Puede que te alegre, pero es una injusticia manifiesta. Juan G. lo sabe.
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