sábado, 24 de abril de 2021

 

Sarajevo es uno de los pocos relatos que llevan mi firma. Fue publicado en el libro Me pongo en tu piel, y hoy, pasado un poco de tiempo, lo pongo en el blog para una mayor difusión del cuento y del propio libro. Una vez más, gracias por leer.

 

SARAJEVO

 

         Ese día Roberto Peñazas había pensado ir a dar un largo paseo por el Retiro, tal vez tomaría una cerveza antes de la comida con algún amigo y por la tarde, por supuesto, después de la siesta, tenía la intención de pasarse por su librería preferida a ver si había alguna novedad interesante.
         Apenas le había explicado nada. A primerísima hora, cuando se disponía a salir de casa para enfrentarse al largo paseo, recibió la llamada telefónica desde Bosnia de Branimir pidiéndole hiciera el favor de ir a Sarajevo para mediar entre él y Ajdin, su amigo.
         Roberto conoció a Branimir y a Ajdin bastante tiempo atrás, cuando ambos se odiaban,  y el estuvo colaborando con la Cruz Roja en la lamentable guerra Croata -Bosnia.
         La invitación además de peculiar era extraña: ir a Sarajevo, vamos como si le hubiera invitado a tomar un café en el bar de la esquina.
         Muy grave tenía que ser lo que hubiera ocurrido entre sus dos lejanos amigos para que reclamaran su presencia.
         Teniendo en cuenta que la planificación de su vida no iba más allá del día presente y que tampoco es que le fuera la vida en lo que tenía pensado, cambió el paseo por visitar una agencia de viajes y comprar un billete de avión para Sarajevo.
         Dos horas antes de la salida del vuelo ya se encontraba en el aeropuerto. Por delante tenía dos horas de espera y poco más de dos horas y media de viaje para repasar lo vivido, hacía ya una eternidad, con Ajdin y Branimir.
         Estaban en plena guerra Croacia-Bosnia y apenas llevaba unos días en aquella ciudad incendiada cuando el conductor local de la ambulancia llamado Ajdin le llevó hasta un herido en plena calle al que tenían que atender  y  si era preciso trasladar al hospital.
         Para su sorpresa cuando estaba valorando al herido Ajdin que se encontraba a su espalda le dijo en su mezcla de inglés, español y bosnio “este no monta en mi ambulancia” .
         Vaya, no tenía bastante con estar en medio de un conflicto que ni le iba ni le venía que encima le ponían trabas para hacer lo poco que se podía en aquel infierno.
         –¿Se puede saber cuál es el problema?
          Le dijo girando un poco la cabeza hacia atrás.  Aquí somos imparciales y sea quién sea esta persona para nosotros es alguien que necesita ayuda y nada más.
         –No es una persona,  dijo Ajdin, es Branimir y él no sube a mi ambulancia.
         –Entonces le llevaré en brazos ¿te parece?. Son solo tres kilómetros y los puedo hacer cargado con tu amigo. Perdona ya sé que no es tu amigo, que es Branimir y que no sube a tu ambulancia. Vamos, déjate de coñas y ayúdame a subirlo.
         Y él, Ajdin, dale que dale.
         –No sube a mi ambulancia. Branimir no sube. Vámonos.
         Roberto ya empezaba a estar un poco harto de la actitud de su conductor. Por otro lado no sabía como actuar. Solo llevaba en ese lugar unos días y no conocía bien la forma de comportarse con los locales los locales. Tampoco podía dejar a ese hombre tirado en el suelo. En su entorno se estaba generando un pequeño revuelo, aunque parecía que nadie entendía muy bien de que se trataba, ya que el dialogo entre Roberto y Ajdin debía ser ininteligible para los espectadores. No obstante los nervios empezaron a aflorar en Roberto. Sin embargo los de Ajdin parecían bien calmados. Con los brazos cruzados y el semblante serio miraba a quién llamaba Branimir y repetía una y otra vez: no sube a mi ambulancia, no sube a mi ambulancia…
         Roberto no podía más y no sabía cómo hacer entrar en razón al conductor que le habían asignado, así que se dispuso a cargar a aquel hombre, aunque a ciencia cierta no tenía claro que iba a hacer con él.
         Cuando lo tuvo cargado sobre su hombro izquierdo, agarrado fuertemente por las piernas le habló Ajdin.
–Vale súbelo, pero en el suelo. No se eche en mi camilla.
–De acuerdo. Algo es algo.
         Le subió y lo mejor que pudo le acomodó al lado de la camilla medio sentado y le zarandeó con suavidad un par de veces para comprobar que no rodaría cuando la ambulancia se pusiera en marcha. Cerró la puerta y subió al lado del conductor que ya había arrancado el vehículo y se disponía a iniciar la marcha.
–¿Puedes explicarme por qué no querías llevar al hospital a este hombre?
–Desde niños fuimos amigos. Muy amigos. Lo suyo era mío y lo mío suyo. Hasta que crecimos. Branimir tiene una hermana, Filipa , muy guapa, y cuando le dije que me gustaba su hermana, que cuando pudiera la iba a hacer mi mujer. No dijo nada. Dio media vuelta y se fue para su casa. Pensé que se había molestado como otras veces pero que cuando lo asimilara volveríamos a estar juntos, como siempre.
         Volvió al poco y sin decir nada sacó de entre las ropas un cuchillo enorme y me atacó furioso dispuesto a acabar con mi vida. Escapé a duras penas. Creía que nuestra amistad salvaría los prejuicios entre familias, pero no fue así. Tuve que abandonar la idea de casarme con Filipa. Desde entonces estoy solo y no he conseguido alejarla de mi corazón. Por eso no quiero ayudar a Branimir, para mí no es amigo, no es hombre, es un cobarde enemigo que mata.
Cuando Roberto intuyó que Adjin había concluido su relato le dijo:
         –Te entiendo, pero seguro que hemos llevado en la ambulancia a más de un verdadero enemigo de ti y de los tuyos, también algunos amigos, pero nosotros no nos fijamos en quienes son, quienes han sido o lo que puedan llegar a ser. Para nosotros no tienen nombre, son personas necesitadas de ayuda.
         El tema estaba zanjado. Cuando llegaron al hospital,  Ajdin ayudó a trasladar al herido junto con el personal sanitario que salió a recibirles.
         Branimir, pese a las heridas y a la incosciencia producida por la pérdida de sangre, supo de la ayuda de Ajdin y le desaparecieron las ganas de matarle. Ahora solo deseaba recuperare para abrazar a su viejo amigo y Roberto fue el testigo de aquél abrazo.
         Durante los pocos meses siguientes que Roberto pasó en Sarajevo siempre que las obligaciones de los tres se lo permitían quedaban para tomar unas cervezas y Ajdin y Branimir le contaban las travesuras, juegos y sueños que habían compartido cuando niños. De esto hacía veinte años.
         ¿Qué podría haber ocurrido de nuevo para reclamar su presencia?. Algo gordo, seguro. Lo de mediar entre ambos no sonaba nada bien, pero  nada.
         A su llegada al aeropuerto se sorprendió de que le recibiera Ajdin habiéndole llamado Branimir. ¡No había quien les entendiera!.
         Roberto intrigado, después que pasó la emoción inicial del reencuentro fue directo al grano.
–Vengo muy preocupado. Branimir me dijo que tenía que mediar entre vosotros y he venido lo más rápido que he podido. ¿Qué pasa?
–Que tienes que mediar entre nosotros y ser mi padrino de boda. Al fin me caso con Filipa, la hermana de Branimir.

sábado, 27 de marzo de 2021

 

LA ISLA

O

EL HOBRE QUE ANDABA DE PUNTILLAS

I

En el centro del escenario un desarrapado Cárabo con un arrugado sombrero entre las manos observa todo atónito, no puede creer lo que está viendo y lo que adivina. Le sorprenden las luces, el decorado, el público… todo llama su atención.

Cárabo.- Con todo lo que he andado y aquí está el resultado: soy una isla entre objetos, nunca debí decir lo que pensaba, tengo que procesar más las cosas ¿qué me importaban a mí las ojeras del primer ministro? ¿Qué parecía un perro pachón?   Pues que lo pareciera, ¿qué más me daba? Es que hay que ser tonto de remate, sabiendo de las prohibiciones y saltármelas así, a la torera…

Viento .- (entrando por el foro) ¡Señor¡ ¿A oído hablar del canto de la oropéndola? Es que estoy buscando un sitio donde poder descansar y  este bosque de objetos sucios parece un buen lugar y solo está usted. Es muy extraño pues me indicaron detrás de ese telón que aquí podría encontrar un buen sitio para descansar y hasta pudiera ser que tuviera algo de conversación. No es que sea muy habladora, pero nunca viene mal una parrafada con un amigo. ¿Por qué usted es amigo no?

Cárabo.- A mi no me mire, no tengo propósito de almohada y de hablar lo justo; sí y no y a veces tal vez.

Viento.- ¿Sabe de qué le hablo?

Cárabo.- No

Viento.-( Pues va a ser verdad. A ver qué dice.) ¿Es usted el filántropo escapado de la casa de salud, o sea, manicomio? Perdone la intromisión en su introspección.

Cárabo.- Tal vez.

Viento.- No es por nada, pero como le veo a usted tan bien puesto, tan bien vestido. Bueno, un poco disfrazado, pero bien vestido y tan buen mozo que he pensado que usted sería un buen conversador y que me podría explicar algunas de las cosas que desde hace algún tiempo me rondan por la azotea y no acierto a descifrar. Todo el rato me anda revoloteando la felicidad. ¿Sabe usted que es la felicidad? (Da igual, este no sabe nada) (al oído muy confidencial) No crea que estoy loca. Le hablo de estas cosas para despistar, el enemigo no duerme, está siempre atento  a lo que decimos, hacemos, vemos… y tenemos que andar con   mucho cuidado, con pasos de plomo.

Cárabo.- Pues ¿sabe usted una cosa?

Viento.- Si no me la dice, no.

Cárabo.- Desde que he entrado aquí estoy pensando en usted, incluso antes de que llegara. No sé por qué pero usted me recuerda a alguien que conocí hace mucho tiempo, muchísimo tiempo. Yo era aún pequeño…

Viento.- ¡Hijo!.

Cárabo.- ¡Madre!.

Viento.- Sabía que volveríamos a encontrarnos.

Cárabo.- ¿y ahora qué hacemos?

Viento.- Pues no se…

Cárabo.- Deberíamos abrazarnos, hace mucho que nos separamos, o tal vez darnos un beso de reconocimiento o…

Viento.- ¿Cómo has tardado tanto?

Cárabo.- Cuando me dejaste se produjo en mi un vacío muy grande, no te lo reprocho, no vayas a interpretarme mal, pero me faltaba tu mano para guiarme y me encontré muy desvalido. No obstante me repuse e hice todo lo que un Cárabo es capaz de hacer cuando se queda sin madre. ¿Lloré? Pues sí, lloré y poco a poco   dejé de llorar y cada vez tu rostro era más difuminado, más como cualquier otro rostro de los cientos y cientos que veía a diario y supe que si te encontraba me sería muy difícil reconocerte, casi imposible. Después vinieron días que pasaron sin tener un solo momento para ti. Me fueron atrapando circunstancias y circunstancias y cuando tenía un momento de sosiego me decía; joder si hace por lo menos dos o tres días que no he dedicado un minúsculo pensamiento en recordar. En esos recuerdos olvidados siempre estabas tu.

Viento.- Y yo aquí esperando.

Cárabo.- Sí, tu aquí esperando. Por fin nos encontramos en esta nada para siempre.

Viento.- Pobre niño despeinado. ¡qué solo por esos caminos¡ Si hubiera podido habría  estado contigo más tiempo, sobre todo en esos ratos desesperados. Ya no podemos hacer nada por nosotros, debemos perdonarnos todo. En este espacio no cuenta el pasado, no hay futuro y el presente es solo una palabra sin pasado ni futuro.

Cárabo.- No vayas a pensar que me he pasado media vida esperando este momento, de  eso nada, aunque me veas así he hecho cosas muy importantes.

Viento.- Las puedes enumerar. Cuéntanoslas, te escucho.

Cárabo.- No.

OBRA COMPLETA EN PDF:

LA ISLA o el hombre que andaba de puntillas