Treinta y uno de agosto. Mañana soleada. Las mañanas de domingo también pueden ser fantásticas. Nada que hacer. Salgo a la luz y la luz me lo agradece. Una muchacha hace tocar el violín de su marioneta esqueleto y no lo hace mal. Estamos al final del Botánico, Paseo del Prado con la Cuesta de Mollano. Una muchachita se empeña en que un discípulo de una gurú indú mida mi energía. No lo consigue y no entiende que me niegue siendo totalmente gratis. -!Qué no vale nada!. No quiero hablar. Camino y camino hasta que las emociones y el sol hacen su efecto y las imágenes van entrando en la retina. Es pronto. La tienda de sexo está cerrada, pero me topo con la salida de una misa de domingo. Digo yo que cuando cierra la iglesia abre el sex shop y cuando cierra el sex shop abre la iglesia. Paradógico. No merece ningún pensamiento más.
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