domingo, 17 de febrero de 2008

LA MIRADA PERDIDA

Hay quienes se extasian ante la Torre de Pisa, e incluso quienes tienen el sindrome de Stendhal cuando ven el David de Miguel Angel. Mi amigo Juan G. se priva, se le nubla la vista cuando la camarera se agacha un popo para poner el hielo en el vaso y deja ver el canal de sus senos.
No puede evitarlo, se le va la vista, los ojos y la cabeza. Pero no solo por lo que se ve y lo que no se ve sino también por las piernas delgadas de aquella otra, por los ojos de la de más alla´, por la que mueve sus glúteos haciéndolos oscilar de izquierda a derecha y de derecha a izquierda con ritmo casi musical.
Mi amigo Juan G. está enfermo, muy enfermo y a veces me preocupa y a veces yo también quisiera estar enfermo.
El deseo se convierte en obsesión y la obsesión transformada en impulsos químicos y eléctricos que nos hacen estar despiertos, vivos, dan sentido a la desnostada existencia.
Mi amigo Juan G. se encuentra cómodo, como pez en el agua cuando las mujeres le tiran palabras, miradas o alguna risita. Él cambiaría muchos de sus días planos por uno sólo de esos en que su prestancia varonil sobresale y es importante. Entonces merece la pena madrugar, remachar clavos, aporrear cigüeñales incluso limpiar alcantarillas.

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