Me apetece describir mi relación con la sombra, más que con la mía, con la que proyectan los vómitos. En la esquina de un banco callejero, apoyado sobre el brazo de hierro, mi amigo Juan G. masca los restos que se le han quedado pegados a los labios. Se sujeta la cabeza, sino se iría contra sus rodillas. Es desolador. Es la ausencia de de control. Sólo un pensamiento embaza el cuerpo, sólo un malestar que le recuerda vagamente que viene de comerse el día y la noche a la vez. Esta sombra es la que me interesa. Indefinida.
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