lunes, 30 de abril de 2007

Recuperar la ensoñación, lo soñado, es vital. Tal vez la música nos ha llevado a la autopista de los patines. Una tabla ancha, tres rodamientos y un poco de imaginación artesana hacen el resto. Nos deslizamos con nuestros vehículos a impulsos de nuestro pie derecho por llano y cuesta abajo. Las cuestas arriba no hay más remedio que coger el patín debajo del brazo y arrear con él en busca de la nueva sensación de al bajada, cuando nos tiremos por la cuesta. Eso es. Arriba, abajo. Arriba, abajo. Todo es fácil cuando el esfuerzo se ve recompensado. La fustración sólo se produce cuando el esfuerzo te lleva a la nada, al vacío o a la sima. Estamos contentos. Gritamos entre el chirriar de las ruedas que se quedaron sin aceite. El aceite también es muy bueno, ayuda y facilita. Incluso es curativo. Algún patín queda destrozado, las vibraciones sacan las ruedas y el muchacho rueda con algún que otro desuello. Llora, se ríe, no sabe a que atenerse. Los demás se tronchan. Todos se ríen de él, de su torpeza o de su mala suerte. El se enrabieta, le da igual pero se enrabieta y no comprende el escarnio de sus compañeros de juegos. Se limpia las lágrimas con la bocamanga del viejo jersey y se embadurna toda la cara de lágrimas, mocos, polvo y desesperación y no tiene más remedio que marchar a su casa, reconocerse en la derrota y despertar. No es nada fácil. Está intranquilo y ya le cuesta dormir de nuevo aunque ha recuperado el sueño.

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